Tenía muchas rocas y entre las rocas una laguna.
Como estaba encima de una nube no llovía nunca y Pegaso se encargaba de ayudar a los habitantes del país: volaba lejos, cogía nubes de lluvia, soplaba fuerte, las colocaba encima y llovía. Así, las semillas que plantaban nacían y crecían.
Los habitantes, aunque pobres, estaban contentos y felices porque gracias a Pegaso tenían casas y jardines, parques y plazas. Todas las noches hacían una hoguera para agradecer a Pegaso lo que hacía por ellos y todo el cielo se iluminaba con su luz.
Un día, los rayos de la estrella Alrischa iban muy fuertes y secaron la laguna y las plantas. Era tanto el calor que las nubes que traía Pegaso se derretían y los habitantes empezaban a morirse de sed. Entonces Pegaso decidió volar más alto, coger una nube más grande y echarla encima de Alrischa para apagarla un poco.
Pero cuando volaba entre las montañas más altas Pegaso se rompió un ala. Una campesina de las montañas, llamada Sam lo encontró y le dijo a los habitantes de Pegasilia que Pegaso solo se curaría con babas de caracol, cerebro de medusa y mucho, mucho cariño. Todos fueron inmediatamente en su búsqueda y lo encontraron. Mezclaron todo, se lo dieron y... ¡Pegaso volvía a estar bien!
Pegaso pudo traer la nube, voló hasta llegar encima de Alrischa y echarle agua. Alrischa siguió dando calor pero menos. La laguna volvió a tener agua y las plantas crecieron. A partir de entonces todos fueron felices para siempre.
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